noviembre 30, 2010

ANARQUIA Y LIBERACION NACIONAL

LOS CLÁSICOS ANARQUISTAS Y LOS MOVIMIENTOS DE LIBERACIÓN NACIONAL

Para quienes nos identificamos con las ideas libertarias, la referencia de los clásicos de este pensamiento es ineludible. Recuperamos de El Baifo este trabajo (cuyas referencias se encuentran al final), para intentar clarificar y profundizar en el debate sobre el anarquismo en la liberación nacional...


1. La posición de Bakunin

Bakunin defendió siempre la idea de revolución social íntimamente ligada a la liberación nacional de los pueblos sometidos y, muy especialmente, la de los pueblos eslavos, oprimidos bajo el yugo de los imperio ruso, austriaco, prusiano y turco. Su paneslavismo descansaba sobre la destrucción de los cuatro imperios para federar los pueblos eslavos en base a una libertad e igualdad absolutas, opuesto a la hegemonía rusa. De igual manera que combatió el paneslavismo ruso y la creación de un Gran Estado eslavo que oprimiese a las naciones eslavas, combatió el pangermanismo. «Como eslavo, yo querría la emancipación de la raza eslava del yugo alemán, y, como patriota alemán, Marx no admite todavía el dere cho de los eslavos a emanciparse del yugo de los alemanes, pensando hoy como entonces que los alemanes son llamados a civilizarlos, es decir, a germanizarlos por aceptación o por fuerza» (1871).


Opuestas son las posiciones respecto a la liberación nacional de Bakunin y de Marx y Engels, ya que ambos clásicos marxistas se manifestaron contrarios a los movimientos independentistas o nacionalistas revolucionarios, ya que creían que el movimiento revolucionario únicamente podía desarrollarse en el marco de las relaciones económicas de producción del cual solamente la clase obrera podía ser el motor, considerando por tanto que el desarrollo de las fuerzas de producción así como la extensión del intercambio económico —que creaban según ellos la necesidad histórica del socialismo— destruirían los particularismos locales y nacionales y tenderían a igualar el desarrollo social.

En efecto, Marx, respondiendo a Bakunin, que defendía la independencia de los checos, eslavos, polacos, búlgaros, rumanos, etc., declaraba al 'Neuu Rheinische Zeitung', en 1849:

«Todas estas pequeñas naciones impotentes y frágiles, deben a fin de cuentas el reconocimiento a las que, según las necesidades históricas, las integraron en algún imperio, permitiéndolos así participar en el desarrollo histórico del cual, si se hubiesen quedado solas, se hubiesen visto totalmente privadas. Es evidente que tal cosa no se hubiera podido realizar sin aplastar «tiernos brotes» ( ... ).»

De esta manera, al contrario que M. Bakunin, K. Marx negaba que las luchas nacionales de oprimidos contra sus Estados opresores extranjeros en el s. XIX fuesen un factor revolucionario anticapitalista emancipador.

El mismo Andreu Nin reconoce el acierto de la posición de Bakunin ante la de Marx en la cuestión nacional: « ... Y a pesar de nuestra devoción por Marx y Engels, hemos de confesar que si hubiésemos de juzgar por las manifestaciones externas, haciendo abstracción de las circunstancias de tiempo y de factores de orden psicológico, diríamos que las acusaciones de Bakunin contra Marx (en la cuestión nacional, se refiere) y Engels eran más justificadas que las de este contra aquel» (1).

Bakunin opone siempre al nacionalismo estatalista un nacionalismo revolucionario federalista y consagra buena parte de su vida a liberar patrias oprimidas, como Polonia; de él citamos el manifiesto que sigue:

«1.- El orden que reina hoy en Polonia, bajo el yugo extranjero, se manifiesta incesantemente, como en todas partes, con el despotismo político y económico de una minoría privilegiada sobre las masas obreras.
2.- Calificamos de tiranía la dominación del hombre por el hombre. Igualmente no reconocemos otro poder que la organización social del pueblo, por medio de una libre federación de asociaciones obreras y comunas campesinas libres. Ya que todo poder, hasta el que en apariencia es el más republicano y el más democrático, siempre se basa en el provecho de una minoría privilegiada y la esclavitud del pueblo.
3.- La conquista de una verdadera Libertad para el pueblo polaco tiene como condición necesaria la abolición del régimen actual, tanto en el plano político como en el económico, el jurídico y el religioso.
4.- Solamente podremos conseguirla mediante un levantamiento general, por medio de la revolución social.
5.- La tierra pertenecerá a las comunas campesinas en la medida que éstas sean capaces de trabajarla.
6.-De igual manera, las fábricas, las máquinas, los edificios, las herramientas, hasta las artesanales, serán propiedad de las asociaciones obreras.
7.- Adversarios de todo poder estático, no reconocemos ninguna clase de derechos históricos
o políticos. Para nosotros, Polonia sólo existe allá donde el pueblo quiere ser polaco y se reconoce como tal: Polonia dejará de existir allá donde este mismo pueblo no desee más pertenecer a la Federación polaca y se adhiera libremente a otro grupo nacional.
8.- Extendemos una mano fraternal a todos nuestros hermanos, a todos los eslavos que, al igual que nosotros, se encuentran bajo el yugo del gobierno que, como nosotros, detestan, en particular, los gobiernos moscovita, turco y alemán. Estos pueblos eslavos tienen plenamente derecho a reivindicar su independencia y su plenitud nacional.
9.- Finalmente, extendemos nuestra misma mano fraternal a todos los otros pueblos que aspiran a la libertad. Estamos dispuestos a hacer servir todos los medios que tengamos a nuestro alcance para ayudarlos a conseguir nuestro fin común.

¡Viva la revolución social!
íViva la Comuna Libre!
¡Viva la Polonia democrática y social!» (2).

Igualmente Bakunin nos define su federalismo político en el discurso realizado en 1867 en el congreso de la Liga por la Paz y la Libertad:

«Todo estado centralista, por liberal que quiera presentarse y no importa la forma republicana de la cual se vista, es necesariamente un opresor, un explotador de las masas trabajadoras del pueblo en beneficio de las clases privilegiadas. Necesita un ejército para contener estas masas en ciertos límites, y la existencia de este poder armado le lleva a la guerra. Por eso acabo diciendo que la paz internacional es imposible mientras no se haya aceptado el siguiente principio con todas sus consecuencias: toda nación débil o fuerte, pequeña o grande, toda provincia, toda comunidad tiene derecho absoluto a ser libre, autónoma de existir, y en este derecho todas las comunidades son solidarias en tal grado que no es posible violar estos principios respecto a una sala de ellas, sin poner simultáneamente en peligro todas las otras».

Por otra parte, M. Bakunin diferencia netamente la Nación del Estado. Para él, la nación viene a ser un hecho natural, un hecho popular. La patria y la nacionalidad son para él como la misma individualidad, hechos naturales y sociales, fisiológicos e históricos.

«El Estado no es la patria, es la abstracción, la ficción metafísica, mística, política, jurídica de la patria. Las masas populares de todos los países aman profundamente a su patria, pero es este un amar real, natural. No se trata de una idea: se trata de un hecho.. Por eso me siento franca y constantemente el patriota de todas las patrias oprimidas» (3).

Para Bakunin, la patria representa el derecho irrebatible y sagrado de todo hombre, de todos los grupos de hombres, asociaciones, comunidades, regiones, naciones, de vivir, sentir, pensar y crear y de actuar a su manera, siendo esta manera de vivir y de sentir siempre el irrefutable resultado de un desarrollo histórico.

Sin embargo, para él la patria y la nacionalidad no son principios, por la sencilla razón de que solamente se puede dar tal nombre a aquello que es universal y común a todos los hombres. Así dice:

«... No hay nada más absurdo y a la vez perjudicial y funesto para el pueblo que sostener los falsos principios de nacionalidad como ideal de todas sus aspiraciones. La nacionalidad no es un principio humano universal; es un hecho histórico, local, que al igual que todos los hechos reales e inofensivos, tiene el derecho a exigir la aceptación general. Todo pueblo, por minúsculo que sea tiene su propio carácter, su modo particular de vivir, de hablar, de sentir, de pensar, de actuar, y es en esta idiosincrasia en lo que consiste la nacionalidad, la cual deriva de toda la vida histórica y de la suma total de las condiciones de vida de este pueblo». (4)

Para M. Bakunin, el auténtico patriotismo, el nacionalismo legítimo es aquel que no confunde el amor a la patria o a la nación con el servicio al Estado o subordinación a un gobierno, y que no antepone la particularidad propia —aunque esta sea natural y valida— a la universalidad del humano. Ya que el camino de la liberación nacional no puede separarse de la revolución social, ni este de la federación de Comunas y de las empresas colectivizadas

2. La posición de Kropotkin

Por otra parte, Piotr Kropotkin, otro gran clásico anarquista ruso, escribía del todo considerando la gravedad de la «cuestión irlandesa» en una carta a María Korn, el once de mayo de 1897:

«Me parece que el carácter puramente nacionalista de los movimientos de emancipación nacional es inexistente. Siempre hay motivos económicos, o bien es la libertad y el respeto del individuo que hay que salvaguardar. Nuestra tarea habría de ser la de hacer aparecer los problemas económicos. Creo, además, creo, después de haberlo reflexionado largamente, que el fracaso de los movimientos nacionales en Polonia, Finlandia, Irlanda, etc., residen en el problema económico. En Irlanda, la dificultad principal proviene del hecho de que los jefes del movimiento, grandes propietarios, igual que los ingleses, vaciaron el movimiento de emancipación nacional de su contenido social.



( .. ) Me parece que en cada uno de estos movimientos de emancipación nacional se nos reserva una tarea importante: plantear el problema en sus aspectos económico y social, y esto paralelamente a la lucha contra la opresión extranjera.

(...) En todos los lugares donde el hombre se rebela contra la opresión individual, económica, estática, religiosa y sobre todo nacional, nuestro deber es estar a su lado».

En este texto se puede ver claramente cual es la actitud de Kropotkin ante la opresión nacional y los movimientos de liberación nacional.

Kropotkin sabía ya entonces que la lucha antiimperialista se planteaba en términos de liberación nacional y de lucha de clases, deduciendo que solamente la victoria de la clase obrera podría resolver la cuestión nacional en el sentido de los intereses del pueblo trabajador. Kropotkin, como Bakunin, reconocía el contenido revolucionario de las luchas autónomas de liberación nacional, en las cuales creía que los libertarios habían de participar activamente del todo, planteando la cuestión social, a fin de conseguir una verdadera liberación.

3. Macedonia, 1903: una experiencia de revolución social y de liberación nacional

Ya en el siglo XIX hubo una participación libertaria en luchas de liberación nacional, como las de Bosnia y Hercegovina, y sobre todo la insurrección búlgara de 1876, en la cual participa el famoso poeta libertario Boter. En el año siguiente, 1877, estalló la guerra ruso-turca por la cual Bulgaria accedía a la independencia, pero a causa de las presiones y los intereses del capitalismo occidental —principalmente Inglaterra— una parte del territorio búlgaro, Macedonia, fue devuelta otra vez a Turquía, comenzando entonces la lucha de Macedonia contra el ocupante turco, y apareciendo también la "cuestión Macedonia'', provocada por las potencias europeas.

A partir de 1893 en todas las ciudades había escuelas búlgaras y se comenzaron a formar las primeras células de la futura organización revolucionaria del interior de Macedonia, constituida en 1894-1895, bajo el impulso e influencia libertarla: ORIMA (Organización Revolucionaria del Interior de Macedonia y de Adrinoble).

La ORIMA constituye su Comité Central en Salónica, con una delegación en el exilio, en Sofía. Sus principios eran de un espíritu internacionalista y proponían la liberación nacional de su país sometido por los turcos mediante la revolución.

Fue también importante la adhesión del Cenáculo de Ginebra, creado en 1898, constituido por diversos grupos anarquistas, los cuale s elaboran unos Estatutos del Comité Revolucionario Secreto Macedonio y publican un órgano de este Comité. También participaron en el movimiento revolucionario macedonio numerosos grupos libertarios búlgaros que tuvieron un papel importante en la lucha armada (más de 60 muertos). La preparación de la revolución dura una docena de años y acaba dando lugar a la insurrección de Tracia Oriental y Macedonia por agosto de 1903. Los libertarios aportaron la orientación, los objetivos y la acción armada. Las acciones armadas cambiaron de táctica con la aportación anarquista, ya que en lugar de atacar a las autoridades ocupantes turcas como se hacía hasta entonces, se ataca sobre todo las empresas de capital extranjero que mantenían al Imperio otomano.

La revolución se preparó ampliamente y reforzando la organización a través de la constitución de grupos y comités locales a fin de llegar a constituir las formas de organismos sociales capaces de crear una nueva sociedad que reemplazara a la del ocupante turco. Se formaron también nuevos grupos de combate, se hicieron bombas y se consiguieron armas del interior y de fuera; pero fue especialmente la propaganda la que tomó grandes dimensiones, englobando a toda la población a través de reuniones casi públicas, hechas frecuentemente en las iglesias.

Guerdjikov, dirigente anarquista y uno de los tres jefes elegidos en un congreso clandestino para dirigir la insurrección, organizó a partir de 1902 grupos de combate locales denominados "Grupos de la Muerte” que constuirían los núcleos del futuro ejército revolucionario, y también publicó un diario clandestino, 'A las Armas', y participó regularmente en la propaganda oral en las noches en la región de la Tracia Oriental.

La Insurrección desatada en agosto de 1903, derivó al mismo tiempo que lucha de liberación nacional contra los turcos en revolución social, que duró unos 30 días: por primera vez en la historia se manifestaba una tentativa de liberación nacional con una orientación de emancipación social, que toma un carácter plenamente libertarlo e influido por el pensamiento de Bakunin.

En la revolución desatada en Macedonia y en la Tracia Oriental participaron sólo en esta región más de 4.000 guerrilleros enfrentados con éxito a un ejército diez veces superior.

A pesar de los pocos días que dura la experiencia revolucionaria, se consigue una participación masiva de la población y fue abolida la propiedad privada y se procede a la colectivización, siendo regidas las ciudades y los pueblos por asambleas populares de donde salen las diversas comisiones encargadas del gobierno local.

Muy significativa fue la negativa de secundar, de añadirse, al movimiento revolucionario por parte de los comunistas (entonces socialdemócratas), que, además, tampoco participaron en el levantamiento que derroca la monarquía búlgara en 1923, dirigida también por los anarquistas.

A pesar de la derrota inevitable —con más de 20.000 refugiados en Bulgaria—, de la superioridad numérica y en armamento de los turcos, la lucha contra la ocupación extranjera continúa y sigue siendo importante la influencia de los libertarios en el movimiento independentista macedonio (5).

NOTAS:

1 Nin, Andreu: Els moviments d'emancipació nacional, pg. 104, Edicions Catalanes de Paris. Existe versión en castellano editada por Editorial Fontamara.
2 Programa de la Asociación Polaca Social-Revolucionaria de Zurich, 1863.
3 Carta abierta a los amigos de Italia, 1871.
4 Estatismo y Anarquía.
5 Guerdjikov lucha en la guerra de los Balcanes contra los turcos con unas compañías de guerrilleros anarquistas, empleando métodos revolucionarios y manteniendo una independencia total del ejército. En 1919 funda la FACB (Federación Anarco-Comunista Búlgara), y más tarde se niega a colaborar con el régimen comunista búlgaro, el cual le ofrecía todos los honores de héroe nacional, contestándoles "yo no estoy acostumbrado a besar los pies de los tiranos".

Texto traducido del catalán por Trueno, correspondiente al capítulo 8 del libro Anarquisme i alliberament nacional, editado por El Llamp en 1987. Existe una versión resumida en castellano, realizada por sus mismos autores "el Colectivo Ikària" bajo el título Por la independencia total y la anarquía sin límites (...).

[Tomado de El Baifo, nº 5, pp. 14-19. Diciembre de 1991].






noviembre 26, 2010

ANARQUISMO Y NACIÓN



Desde hace ya algunos años, existe una pequeña pero crecientemente influyente minoría en los medios libertarios contemporáneos que se desarrolla a partir de unas pases juzgadas como “heréticas” por la mayoría.
Esta minoría, cuya voz es cada día mas fuerte a pesar de los poderes, anarquistas y no anarquistas, interesados en silenciarla, apoya abiertamente las lucha de los pueblos por la soberanía, de los grupos étnicos, de las naciones e individuos, asignando a estas luchas un fuerte potencial como factores determinantes para la construcción de una sociedad mas justa y liberada de la opresión capitalista.
Esta tendencia “identitaria”, se caracteriza por una determinada “conciencia nacional”   en el seno de movimientos tradicionalmente conocidos como apátridas e internacionalistas, se constituye como un movimiento contestatario a la marcha forzada del mundo hacia un monocultivo global, una homogeneización, uniformización, de la humanidad animada por los intereses del Gran Capital Internacional, pero también  y sobretodo como una manifestación de la resistencia del pueblo a la autoridad oficial con el fin de preservar y hacer valer sus propios particularismos culturales y vitales. Tal es nuestra posición y creemos que ésta debería ser compartida por todos aquellos que posean ideales con una voluntad emancipadora,       sea     cual    sea     su tendencia.

Existe un gran número de anarquistas “ortodoxos” y de gente de “la izquierda” o de extrema-izquierda, que repudian este enfoque, no dudando en denunciarlo como una forma derivada del “anarco-nacionalismo”.   Se cierran en la idea preconcebida de que unos entusiasmos étnicos o nacionales de este tipo serían “básicamente conservadores e inevitablemente opresivos”, y que favorecerían sistemáticamente el  desarrollo del  racismo y el  chauvinismo.

Estas dos posiciones friccionantes y aparentemente irreconciliables destacan en dos aspectos importantes de esta problemática, y su consideración permite definir las bases de una marcha que debe ser seguida para una mayor comprensión mutua o, incluso, para llegar a puntos   de labor común.

En primer lugar, por muchos   argumentos que pueden oponer los defensores de la tendencia “dominante” a sus disidentes “minoritarios”, serán siempre  los segundos y no los primeros los que permanecen fieles a la tradición libertaria más clásica.

Una gran figura de esta tradición, el revolucionario ruso Michael Bakunin, condenaba inequívocamente al “liberalismo” egoísta y destructivo que implican cada vez más los enfoques del anarquismo “mayoritario” actual, y se complacía en repetir, no sin razón, que el hombre es el animal mas individualista y a la vez mas social de  la Naturaleza.     Bakunin reconocía que esta parte social del ser humano, se expresaba a través de dinámicas comunitarias de las tribus, de los clanes, de las culturas y de las naciones. Cada una de estas dinámicas comunitarias constituye un fenómeno único, no repetido en la historia y que aporta una contribución particular a la Humanidad.
 Estas ideas también fueron claramente expuestas por otra gran figura del socialismo libertario, Gustav Landauer, alemán de origen judío nacido en 1870 e inspirador del sistema de “consejos de trabajadores” (o soviets). Fue asesinado en 1919 por los esbirros de la reacción, constituida por los cuerpos francos (Freikorps).
Gustav Landauer proclamó:
“Las diferencias nacionales son factores de primera importancia en las realizaciones que deben llevarse a cabo en la humanidad para aquellos que saben distinguir entre la abominable violencia oficial del hecho vigoroso, bello y pacífico de la Nación
Como  “nación”, del mismo modo que Bakunin,  Landauer entendía una entidad cultural, y no a una entidad política. Y también como Bakunin, se situaba a favor de la soberanía de los pueblos dentro de un contexto libertario y antiimperialista. Louis-Auguste Blanqui, miembro de la Comuna de París y  figura obstinada en las revoluciones de 1830 y de 1848, padre de la famosa sentencia de “Ni Dieu Ni Maître” (ni dios ni patria) tan significativa para todos los anarquistas, creía también en una conciencia nacional marcada. También fue el caso del teórico P.J. Proudhon, del socialismo libertario. Del mismo modo, la insurrección anarquista de los partidarios de Néstor Makhno en Ucrania (1918-21) revestía un innegable factor de lucha de liberación nacional, y también un marcadísimo sentimiento de la misma índole.

Esa  confusión  tan actual y nada inocente que pretende asimilar al término Nación en el concepto de “Estado-Nación”, debe denunciarse de ahora en adelante. No debe continuar siendo atendida.

Por supuesto, en la actualidad no es necesario dedicar un culto idólatra a Bakunin, Landauer, Blanqui, Proudhon o Makhno, los desafíos de que ellos enfrentaron son distintos a los de nuestros tiempos, pero sería bueno tener en cuenta  las ideas defendidas por estos grandes hombres del anarquismo. Sobretodo ahora, que bajo la influencia de unos prejuicios propios   del orden actual, de sus intereses, algunos “anarquistas”  de la tendencia dominante pretenden relegar este tipo de discurso a los cubos de basura de la Historia, un poco de reciclaje puede ser una importante labor higiénica.
En el futuro, cada vez mas libertarios y contestatarios de todas las clases terminarán por reconocer en su justa medida la inevitable interdependencia que existe entre el individuo y las unidades orgánicas que constituyen el marco en el que se desarrolla su vida: los vegetales, los animales, y la biosfera entera. Admitimos que estas unidades, constituyendo cada una de las comunidades,  tienen no  solamente que tienen  el derecho innegable a existir sino que también que son estructuras imprescindibles en su gran diversidad.    Y si esto es así, ¿qué las diferencia de las comunidades naturales de los seres humanos? ...

Los libertarios que rechazan los conceptos de identidad y de soberanía popular, y que se niegan a preocuparse por la supervivencia de culturas y etnias, no se basan en ninguna fuente del anarquismo “ortodoxo”, sino en necesidades e intereses de nuestro tiempo; y no siendo anarquistas, deberían ser considerados mas bien, en base a sus objetivos y sus actos como  sociogenocidas     (“socio-genocidaires”).

Dicho esto, reconozcámoslo, la tendencia mayoritaria de los anarquistas “apátridas” a menudo ha tenido razón al destacar algunos aspectos potencialmente negativos del sentimiento étnico, racial y nacional. En efecto, ¿cómo evitar que este sentimiento degenere en conservadurismo social, o peor, a la aparición de reacciones violentas o incluso a la aplicación de medidas racialistas criminales promovidas por su paroxismo?

¿Cuáles son los medios que permitirían trabajar para concebir un sistema que permita la coexistencia pacífica entre distintas nacionalidades, cada una beneficiándose de su propia autonomía, cada una cultivando su propia identidad y todas enriqueciendo con su aporte a la diversidad y la riqueza de la Humanidad? –o– ¿Qué nacionalismos son legítimos y qué nacionalismos no lo son? –pero también–¿quién puede decidir          algo así?

El nacionalismo Boer en Sudáfrica, por ejemplo, es una secuela manifiesta del colonialismo blanco y el Apartheid, y no una expresión de diversidad indígena. La misma cosa se puede ser dicha de los lealistas ingleses del norte de Irlanda, así como del Sionismo israelí, clara expresión vengativa del nacionalismo judío de fundamento religioso y racista. Pero todos estos son casos de nacionalismos falsos y explotadores o  de estados multiétnicos, en los que una Nación niega a otra.
Es allí donde se sitúan los verdaderos problemas, y las cuestiones que conviene plantearse en adelante. El fanatismo chauvinista que reina, entre otras cosas, en la antigua Yugoslavia y en algunas regiones de lo que fue la URRS, son un testimonio dramático de las desastrosas consecuencias que puede conllevar la imposición autoritaria de un Estado multiétnico en el que se obliga a comunidades distintas a cohabitar. Estas cuestiones ilustran también, por fuerza, lo que mucha gente de izquierda o de sensibilidades libertarias denuncian en lo que llaman – a tientas – el “verdadero” nacionalismo, cuyas devastaciones observan con inquietud. Esta gente, de cuya sinceridad y buenos sentimientos no se puede dudar, permanece en realidad atrapada en unos prejuicios fuertemente inculcados desde los que creen que todo ideal nacionalista es indisociable del concepto de “Estado-Nación”, fundado sobre las bases del centralismo autoritario y de las relaciones de dominación.
Esta visión reduccionista de las cosas se ha impuesto en los espíritus de muchas personas como un verdadero tópico que, aun cuando se basara en hechos reales,  lo centra todo en una imagen simplista de   unas clases dirigentes explotando las pasiones étnicas y nacionalistas para mantenerse en el poder. Pero si se profundiza un poco, esta visión muestra todas las generalizaciones arbitrarias típicas en los fallos de interpretación.
No es la conciencia étnica o nacional en si misma lo que es fuente de conflictos entre pueblos, sino los que a veces pretenden  desviarla  e instrumentalizarla para su beneficio personal. No, no es la conciencia identitaria lo que oprime al pueblo, lo que destruye la libertad, lo que crea violencia, lo que enajena y niega al individuo, pero en cambio sí que hacen todo eso los gobiernos, las clases dirigentes, los partidos políticos del Sistema, las religiones represivas y universalistas, el espíritu de la jerarquía, la plutocracia y las desigualdades sociales basadas en factores exclusivamente materiales. En aquellos que unen su visión a la de Bakunin, Landauer, Blanqui, Proudhon y Makhno, los que apoyan a los pueblos del mundo, los que luchan en nombre de un nacionalismo de liberación, en todos aquellos que hoy se identifican como Nacional-Anarquistas o anarcoidentitarios, no existe ninguna relación con los “cripto-fascistas” o con los “nazis” como pretenden encasillarnos según qué individuos con unos modos  de terrorismo intelectual digno de los peores regímenes totalitarios. ¿Y en nombre de qué se atreven a  calificar algo   de “anarquista de derechas”, cuando esa definición se debe precisamente a que viven completamente inmersos en los prejuicios del sistema capitalista y pseudodemocrático actual?

Los nacional-anarquistas (anarconacionalistas) no son nada de todo eso que pretenden según quienes. Para comenzar no se sitúan ni a la izquierda ni a la derecha del Sistema, porque están fuera y en frente de él. Los anarcoidentitarios simplemente quieren incitar al pueblo, a los grupos afines y a los individuos para que se liberen de las instituciones opresivas y degradantes, con el fin de permitirles ir hacia la Unidad en la Diversidad.
Y aquí volvemos a esto que Landauer designó como el principio de AUTODETERMINACIÓN. Allí se sitúa la clave del problema: Nada de “pequeño nacionalismo” oficial y centralizador, pero la autodeterminación nacional, la total libertad para los colectivos nacionales y las agrupaciones voluntarias de individuos para poder administrar ellos mismos sus propias vidas, en la medida que ese ejercicio de libertad no pise la de los demás.
La autodeterminación, del mismo modo que la autogestión, es la la esencia del ideal libertario, de una vida ajena a toda forma de tutela coercitiva. Es el núcleo del concepto de Libertad en el anarquismo, y la Libertad, como ya dijo Bakunin, es indivisible: debe aplicarse a todos sin excepción, sin un solo fraude, sin ninguna máscara de privilegios, porque esto significaría el germen de una nueva tiranía. Nadie debe ser obligado a definirse  o a formar parte integrante de cualquier grupo étnico, nacional o cultural. Esta elección debe pertenecer al individuo y solo a él.



¿ABOLICION DE LAS FRONTERAS?

La cuestión de las fronteras entre distintos territorios, lleva también a debates apasionados. Obviamente, las fronteras políticas de los actuales Estados-Nación, que no tienen en cuenta las realidades históricas, lingüísticas, culturales y regionales, no son únicamente arbitrarias, sino sobretodo aberrantes y de todo  inaceptables. Pero si vamos a pedir la opinión a los indios de América, a los pueblos africanos o a los palestinos qué es lo que piensan de vivir en la completa ausencia de fronteras reconocidas, nos daremos cuenta de lo ilusas que  son algunas  actitudes.

Algunas personas piensan que la supresión de las fronteras, abriendo las puertas de los países industrializados a una inmigración en masa de las poblaciones pobres,   constituiría el remedio a todas las ya viejas injusticias.  Además de su carácter ciertamente irresponsable, esta idea, por generosa que pueda parecer a primera vista, no tiene en cuenta un hecho del todo evidente: los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos de los países del Tercer Mundo no se solucionarían con una fuga en masa de sus nacionales hacia los países “ricos”, sino al contrario. Para los países de recepción, el impacto en la Ecología, así como en sus sociedades, de un flujo migratorio de tamaña envergadura sería catastrófico. Y eso sin contar los desequilibrios etno-demográficos que generaría. En cualquier caso, sean cuales sean las políticas de inmigración que se tomen, Occidente tendrá tarde o temprano que enfrentar las consecuencias de su constante explotación de las naciones de África, Asia y América   Latina.
La verdadera solución a las miserables condiciones que sufren los pueblos de estos tres continentes reside, como para cualquier otro pueblo, en una verdadera revolución social emancipadora, en su liberación de los yugos oscurantistas y teocráticos que los oprimen y en la conservación de sus particularismos etnoculturales más enriquecedores para ellos y para la Humanidad en su conjunto. La supresión de las fronteras es un tema actualmente muy extendido en la propaganda de los movimientos “radicales” de corte libertario o de extrema-izquierda. Con todo, este concepto implica evoluciones racistas, imperialismos y daños ecológicos devastadores que no suelen ser tomados en cuenta. Curiosamente, los neoliberales del Capital, tienden también a negar las fronteras y a fomentar la homogeneización de las identidades.
De fronteras se han creado muchas en el pasado y han acabado cayendo, otras se crearán en el futuro y volverán a caer y así en lo sucesivo. Y los pueblos  de  las distintas regiones del Mundo seguirán sufriendo cambios mas o menos acentuados a lo largo de su existencia. Tales son los imperativos de la Historia. Todos los libertarios comparten  el internacionalismo, antioficial por supuesto,  incluso por  los Nacional-Anarquistas, para los que solidaridad internacional es una palabra apreciada. Los problemas que implica  el mantenimiento de las fronteras actuales son evidentemente escandalosos para un pueblo sin soberanía reconocida como el de los vascos, los bretones, los corsos, los kurdos, cuyas tierras han sido expoliadas, ignoradas por líneas trazadas sobre un mapa; o también para los afroamericanos, que tienden cada vez mas a constituirse en una nación separada   del poder federal.
Los gobiernos y los estados no deben interponerse en el camino hacia la autodeterminación de pueblos o individuos. Y no deben existir fronteras que limiten la solidaridad, la ayuda mutua y la cooperación voluntaria. Así pues, la causa internacionalista, sobre este compromiso,  debe ser aplicado en el sentido mas franco y equitativo: “nada de fronteras”, pero diciendo que no debe haber fronteras impuestas contra la voluntad  de los grupos humanos sin soberanía.

-          Por el rechazo de toda lógica genocida o asimilacionista, conviene luchar  por el etnopluralismo, por la diversidad de las culturas, lenguas y tipos raciales, por ser cada uno de ellos fundamento de la riqueza de la Humanidad. Por la solidaridad con los puebos en lucha contra el imperialismo en el mundo, conviene optar por un internacionalismo sincero que, en vez de negar y rechazar las diferencias, las reconozca y las defienda.


     Extracto de Hans CANY,  26 de octobre de  2003 (Era Vulgar)

noviembre 23, 2010

PATRIA Y NACIONALIDAD





El Estado no es la patria; es la abstracción, la ficción metafísica, mística, política y jurídica de la patria. La gente sencilla de todos los países ama profundamente a su patria; pero éste es un amor natural y real. El patriotismo del pueblo no es sólo una idea, es un hecho; pero el patriotismo político, el amor al Estado, no es la expresión fiel de este hecho: es una expresión distorsionada por medio de una falsa abstracción, siempre en beneficio de una minoría explotadora.
La patria y la nacionalidad son, como la individualidad, hechos naturales y sociales, fisiológicos e históricos al mismo tiempo; ninguno de ellos es un principio. Sólo puede considerarse como un principio humano aquello que es universal y común a todos los hombres; la nacionalidad separa a los hombres y, por tanto, no es un principio. Un principio es el respeto que cada uno debe tener por los hechos naturales, reales o sociales.


La nacionalidad, como la individualidad, es uno de esos hechos ; y por ello debemos respetarla. Violarla seria cometer un crimen; y, hablando el lenguaje de Mazzini, se convierte en un principio sagrado cada vez que es amenazada y violada. Por eso me siento siempre y sinceramente el patriota de todas las patrias oprimidas.
La esencia de la nacionalidad. Una patria representa el derecho incuestionable y sagrado de cada hombre, de cada grupo humano, asociación, comuna, región y nación a vivir, sentir, pensar, desear y actuar a su propio modo; y esta manera de vivir y de sentir es siempre el resultado indiscutible de un largo desarrollo histórico.
Por tanto, nos inclinamos ante la tradición y la historia; o, más bien, las reconocemos, y no porque se nos presenten como barreras abstractas levantadas metafísica, jurídica y políticamente por intérpretes instruidos y profesores del pasado, sino sólo porque se han incorporado de hecho a la carne y a la sangre, a los pensamientos reales y a la voluntad de las poblaciones.


Se nos dice que tal o cual región - el cantón de Tesino [en Suiza], por ejemplo -pertenece evidentemente a la familia italiana: su lenguaje, sus costumbres y sus restantes características son idénticos a los de la población de Lombardía y, en consecuencia, debería pasar a formar parte del Estado italiano unificado.
Creemos que se trata de una conclusión radicalmente falsa. Si existiera realmente una identidad sustancial entre el cantón de Tesino y Lombardía, no hay duda alguna de que Tesino se uniría espontáneamente a Lombardía. Si no es así, si no siente el más leve deseo de hacerlo, ello demuestra simplemente que la Historia real - la vigente de generación en generación en la vida real del pueblo del cantón de Tesino, y responsable de su disposición contraria a la unión con Lombardía - es algo completamente distinto de la historia escrita en los libros. Por otra parte, debe señalarse que la historia real de los individuos y los pueblos no sólo procede por el desarrollo positivo, sino muy a menudo por la negación del pasado y por la rebelión contra él; y que este es el derecho de la vida, el inalienable derecho de la presente generación, la garantía de su libertad.
La nacionalidad y la solidaridad universal. No hay nada mas absurdo y al mismo tiempo más dañino y mortífero para el pueblo que erigir el principio ficticio de la nacionalidad como ideal de todas las aspiraciones populares. El nacionalismo no es un principio humano universal. Es un hecho histórico y local que, como todos los hechos reales e inofensivos, tiene derecho a exigir general aceptación. Cada pueblo y hasta la más pequeña unidad étnica o tradicional tiene su propio carácter, su específico modo de existencia, su propia manera de hablar, de sentir, de pensar y de actuar; y esta idiosincrasia constituye la esencia de la nacionalidad, resultado de toda la vida histórica y suma total de las condiciones vitales de ese pueblo.


Cada pueblo, como cada persona, es involuntariamente lo que es, y por eso tiene un derecho a ser él mismo. En eso consisten los llamados derechos nacionales. Pero si un pueblo o una persona existe de hecho de una forma determinada, no se sigue de ello que uno u otra tengan derecho a elevar la nacionalidad, en un caso, y la individualidad en otro como principios específicos, ni que deban pasarse la vida discutiendo sobre la cuestión. Por el contrario, cuanto menos piensen en si mismos y más imbuidos estén de valores humanos universales, más se vitalizan y cargan de sentido tanto la nacionalidad como la individualidad.


La responsabilidad histórica de toda nación. La dignidad de toda nación, como la de todo individuo, debe consistir fundamentalmente en que cada uno acepte la plena responsabilidad de sus actos, sin tratar de desplazarla a otros. ¿No son muy estúpidas todas esas lamentaciones de un muchachote quejándose con lágrimas en los ojos de que alguien lo ha corrompido y le ha puesto en el mal camino? Y lo que es impropio en el caso de un muchacho está ciertamente fuera de lugar en el caso de una nación, cuyo mismo sentimiento de autoestima debería excluir cualquier intento de cargar a otros con la culpa de sus propios errores.


Patriotismo y justicia universal. Cada uno de nosotros debería elevarse sobre ese patriotismo estrecho y mezquino para el cual el propio país es el centro del mundo, y que considera grande a una nación cuando se hace temer por sus vecinos. Deberíamos situar la justicia humana universal sobre todos los intereses nacionales. Y abandonar de una vez por todas el falso principio de la nacionalidad, inventado recientemente por los déspotas de Francia, Prusia y Rusia para aplastar el soberano principio de la libertad. La nacionalidad no es un principio; es un hecho legitimado, como la individualidad. Cada nación, grande o pequeña, tiene el indiscutible derecho a ser ella misma, a vivir de acuerdo con su propia naturaleza. Este derecho es simplemente el .corolario del principio general de libertad.


Todo aquél que desee sinceramente la paz y la justicia internacional debería renunciar de una vez y para siempre a lo que se llama la gloria, el poder y la grandeza de la patria, a todos los intereses egoístas y vanos del patriotismo.


Mijail Bakunin